Síndrome de Stendhal: el estrés del viajero
“La belleza perece en la vida, pero es inmortal en el arte”.
– Leonardo Da Vinci
¿Has contemplado alguna vez algo tan sumamente bello que dé vértigo mirarlo? Parece una pregunta metafórica, pero en realidad no podría ser más literal.
¿Puede llegar a ser tan abrumadora la belleza como para provocar temblores, vértigos y confusión? ¿Tan intensa que te acelere el corazón? ¿Tan extrema como para tener alucinaciones?
Supongo que la respuesta es sí, digo supongo porque es algo que de momento no he experimentado en primera persona. Yo nunca he temblado de belleza. Sin embargo, parece que no es tan excepcional hacerlo al contemplar obras de arte, especialmente cuando estás rodeado de ellas o cuando dichas obras son sublimes.
Todos los síntomas mencionados pertenecen a un cuadro clínico denominado “Síndrome de Stendhal”, “Síndrome de Florencia” o “estrés del viajero”. En teoría fue descrito por primera vez por Henri Beyle, o más conocido por el pseudónimo que da nombre al síndrome: Stendhal. Escritor del siglo XIX que en una de sus obras, “Nápoles y Florencia: Un viaje de Milán a Reggio”, plasmó con palabras lo que había sentido al visitar la Basílica de la Santa Cruz de Florencia:
“Ahí, sentado en un reclinatorio, con la cabeza apoyada sobre el respaldo para poder mirar el techo, las Sibilas del Volterrano me otorgaron quizá el placer más intenso que haya dado nunca la pintura. Estaba ya en una suerte de éxtasis ante la idea de estar en Florencia y por la cercanía de los grandes hombres cuyas tumbas acababa de ver. Absorto en la contemplación de la belleza sublime, la veía de cerca, la tocaba por así decir. Había alcanzado este punto de emoción en que se encuentran las sensaciones celestes inspiradas por las bellas artes y los sentimientos apasionados. Saliendo de la Santa Croce, me latía con fuerza el corazón; sentía aquello que en Berlín denominan nervios; la vida se había agotado en mí, andaba con miedo a caerme”.
El término no fue acuñado hasta finales del siglo pasado por la psiquiatra italiana Graziella Magherini, quien publicó el libro “El Síndrome de Stendhal”, donde recoge una serie de casos de personas que, al visitar Florencia, sus galerías y museos, habían sufrido una crisis presentando los síntomas que hemos mencionado anteriormente.
Muchos se cuestionan si este síndrome es un mito o un producto de la sugestión de aquellos viajeros que ya saben que pueden experimentar estas reacciones; otros lo asocian a personas muy sensibles o consideran que la obra desencadenante de dicha sintomatología tiene un significado especial para la persona y el hecho de poder contemplarlo en vivo causaría tales reacciones emocionales.
Mito o realidad, lo cierto es que es difícil que el síndrome deje indiferente a nadie, aunque solo sea como concepto: reacciones extremas ante la belleza. Sobre todo para los románticos y los amantes de lo bello en cualquiera de sus expresiones, desligándonos ahora un poco del arte. Resulta complicado concebir una respuesta semejante puesto que contemplar cosas hermosas en muchas ocasiones nos permite entrar en un estado de fascinación, calma, incluso de elevación del espíritu, un estado muy alejado del desequilibrio y la desestabilización, más cercano al shock, al ensimismamiento, a emociones positivas. Y quizás, de las palabras de Henri Beyle recogidas en su libro “Nápoles y Florencia: Un viaje de Milán a Reggio” se pueda inferir algo más parecido a esto, con una connotación positiva, ya que habla de éxtasis, de emoción, del “placer más intenso que haya dado nunca la pintura”, también de miedo a caerse pero por el contexto parece que no precisamente por malestar. Lo que me lleva a hacerme la siguiente pregunta ¿realmente hasta qué punto se parecen la enfermedad psicosomática que se recoge bajo este nombre y las sensaciones de las que habla el mismo Stendhal en sus escritos?
Los síntomas característicos del Síndrome de Florencia son desagradables y similares a los que se experimentan en un ataque de pánico. ¿Por qué iba a responder así el organismo ante lo que se supone que es un estímulo positivo? ¿La inmensidad de la belleza es interpretada como una situación amenazante? ¿O simplemente es una reacción ante una situación desconocida? La cuna del Renacimiento es la ciudad con más concentración de arte por metro cuadrado, quizás para los más sensibles sea demasiado y se vean desbordados ante tal acumulación de magnificencia. Ya sabemos que los excesos no son buenos, y parece que con la belleza no se hace una excepción.
¡Qué fascinante y misteriosa puede llegar a ser la mente humana! Pero… ¿Y tú? ¿Qué piensas acerca de este extraño síndrome? ¿Habías oído hablar de él? ¿Lo has experimentado o conoces a alguien que haya presentado estos síntomas ante la grandiosidad del arte o ante una sobredosis de cualquier tipo de belleza? ¡Cuéntanoslo, puedes dejarnos un comentario compartiendo con todos nosotros tu experiencia u opinión!