El ser más poderoso del mundo
Según una antigua tradición oriental (que ha sido expresada a través de diversas culturas, sin embargo a mí me agrada más aquella versión que fue acuñada en la antigua India), hace muchísimo tiempo sucedió lo siguiente:
«Un viejo y sabio brahmán caminaba tranquilamente a orillas del río Ganges -el río sagrado de los hindúes-, deleitando su mirada con la compleja paleta de colores que se formaba sobre la superficie del agua y escuchando el graznido de las aves ribereñas que iban y venían por todo aquel lugar cuando de repente un sonido extraño llamó su atención: justo sobre su cabeza iba volando una gran lechuza que llevaba atrapado entre sus garras a un pequeño ratón.
Entonces el brahmán, compadecido por la suerte que le esperaba al pequeño roedor, agitó el viejo bastón que tenia en sus manos e hizo mucho ruido para asustar a la lechuza y que ésta dejara caer al ratón al suelo. Logró su cometido el viejo sacerdote hindú y una vez que el ave soltó al ratón, el brahmán se acercó y tomó entre sus manos a aquel moribundo animal que yacía en el suelo.
El brahmán sintió tanta compasión al ver en ese estado de agonía al pobre ratoncillo que decidió hacer algo por él. De manera que – haciendo uso de las antiguas artes en que están versados los Brahmán es- primeramente curó al ratón de sus heridas y posteriormente le convirtió en ser humano. Así fue como ese día, aquel anónimo y humilde roedor, quedó convertido en una linda joven que vestía con una elegante túnica color azul encendido…
El brahmán ayudó a incorporarse a su nueva y hermosa ahijada y después de ayudarla a sacudirse el polvo del piso, la tomó por la mano con cariño y le dijo: Hermosa niña mía, hoy el mundo te ha visto nacer y tú por primera vez cuentas con el uso de razón suficiente para disfrutar todo lo que la vida y los dioses pueden ofrecerte. La vida es siempre digna de celebrarse y en honor a este día grandioso, pídeme lo que desees y yo me apresurare a cumplirlo para que tu dicha sea completa…
La muchacha, que ya no recordaba su humilde condición anterior, se quedó pensando un largo rato en silencio y después mirar la tranquila orilla del Ganges que continuaba engalanando aquel lugar con su pacifica belleza, respondió: Quiero casarme. Quiero casarme con una gran ser. Quiero casarme con un ser poderoso, no, mejor quiero casarme con el ser más poderoso del mundo…
El brahmán -que era un hombre de aspiraciones modestas y sencillas- no escuchó con mucho agrado aquella petición, pero, firme en la promesa que le había hecho a su ahijada, resolvió en concederle su deseo…
El brahmán se quedó callado por un momento. Su aspecto era como de mucha concentración, como de estar deliberando dentro de si mismo. Luego de otro momento, tomó por el hombro a su ahijada, alzó los ojos al cielo, y señalando con su gastado bastón de madera al astro rey dijo: El Sol. Es fuente de vida para el mundo, calor para los seres vivos y luz para la tierra. Él es el ser más poderoso del mundo y por consiguiente él será tu esposo…
La muchacha se emocionó mucho al escuchar aquella noticia. Se puso a pensar un poco y también ella coincidió en que -con aquel enorme fulgor y un rostro que nadie se atrevía a mirar de frente por mucho tiempo- el Sol era el Ser más poderoso del mundo.
De manera que emprendieron su camino hacia la montaña más alta de toda la India para poder estar cerca del cielo, y así hablar con el futuro esposo de la muchacha.
Tras muchos días de camino, por fin llegaron donde el Sol y expusieron su situación ante él. El sol los escucho atentamente y después de que el Brahmán le pidió que se casara con la muchacha, replicó: con mucho gusto me casaría con ella, pues es muy bonita pero debo ser honesto con ustedes, yo no soy el ser más poderoso del mundo. ¿como podría serlo si una nube ligera es capaz de bloquear mi luz sin que pueda evitarlo… Entonces, la muchacha y el Brahmán , después de darle las gracias al sol por su honestidad, emprendieron nuevamente el camino en busca del ser más poderoso del mundo.
Tras mucho andar, lograron dar con la nube. Ella escucho toda la historia del Brahmán y tras meditar un momento dijo: ¿Poderosa yo? ¿Y sólo porque puedo tapar al sol por un momento? No amigos míos, ustedes están equivocados. No soy más que un montón de aire oscurecido que no puede evitar siquiera que el viento la lleve por donde quiera?
De manera que, tras pensarlo un poco, nuestros viajeros dejaron a la nube para ir en busca del viento, quien suponían, seria el ser más poderoso del mundo. Por fin encontraron al viento corriendo velozmente por entre las praderas. Tras exponer su asunto ante él, el Brahmán le pidió que por favor tomara a su ahijada por esposa y vivieran felices juntos.
El viento -que no dejaba de moverse de un lado a otro como si se preparara para una carrera- les respondió: Yo quisiera casarme con la muchacha pues una mujer tan linda no se ve todos los días, pero seria un mentiroso si les dijera que soy el ser más poderoso del mundo.
Miren ahí -dijo el viento señalando una imponente montaña que estaba cerca de ese lugar-, aunque en muchas ocasiones he desatado mis furiosas ráfagas contra aquella montaña, jamás he podido moverla ni siquiera un centímetro. Es cierto que soy fuerte pero aquel monte es mucho más fuerte y poderoso que yo…
Como ya se había vuelto costumbre, el Brahmán y su ahijada agradecieron al viento por su atención y se encaminaron hacia aquella montaña que se encontraba a poca distancia.
En poco tiempo estuvieron frente a la enorme mole de tierra, hablaron con las mismas palabras de antes y recibieron esta asombrosa respuesta: ¿Poder yo? ¿Donde esta esa fuerza? Lo único que poseo es resistencia bruta e inútil, no soy capaz de moverme, de actuar o siquiera de defenderme. Aquel roedor insignificante -dijo refiriéndose a un pequeño ratón que caminaba a sus faldas- ha hecho su madriguera a mis pies si que yo sea capaz de impedírselo. Yo no soy fuerte Brahmán, y si así me consideras, entonces debes de saber que aquel pequeño ratón es un ser más poderoso que yo…
El brahmán quedo maravillado con el resultado de su búsqueda y ahora dudaba si en realidad existía un «ser más poderoso del mundo», pero después de meditar profundamente, comprendió que cada ser posee un poder superior que es el poder de su propia naturaleza.
De manera que convirtió a la muchacha nuevamente en ratón y la dejo libre por entre los matorrales que cubrían aquella montaña. Y mientras el animalito corría para esconderse entre la hierba del monte, el sacerdote hindú le deseaba que pudiera encontrar su destino y su felicidad pues este es un poder que hasta el más sencillo de los seres puede tener…»
Ahora bien, la narración anterior es rica de manera que sólo me limitare a comentar algunas consecuencias. Generalmente pasamos la vida buscando un «algo» o a un «alguien». Algo que nos dé la felicidad o alguien que nos haga amar y sentir amados. En la búsqueda de tan nobles fines, nuestra mirada se dirige primeramente al ardiente sol de las riquezas y la vanidad. Todo lo reluciente, lo brillante, lo bonito, lo lindo es suficiente para acaparar nuestra atención y mantenernos en vilo, pero por supuesto y como dice un viejo refrán: «no todo lo que brilla es oro». Y es que los bienes materiales, la comodidad y placer nunca son suficientes pues generan en nosotros el deseo de poseer siempre más y más hasta que es imposible satisfacer ese deseo y claro, nadie puede quedarse mucho tiempo mirando el sol sin terminar ciego. Y vemos así que bien pronto se termina toda aquella «felicidad» dejándonos, en el mejor de los casos, deslumbrados y anhelando banales naderías que jamás nos satisface ran plenamente pues no son fines sino meros medios para alcanzar algo más elevado.
Muchos son aquellos que se dan cuenta de esto y prosiguen su camino en busca de ese «ser más poderoso» que les pueda brindar la felicidad y así es como llegan donde la nube, sí, la nube de la apariencia y la superficialidad. Fatigados por lo difícil del camino, comienzan a rodearse de nubes, nubes gruesas que les impiden ver lo que realmente hay a su alrededor, que se convierten en una barrera que les obstaculiza empatizar, ayudar y hasta compadecerse por problemas y penas que no sean las propias.
Con tal de evitar el dolor, las decepciones y las dificultades, estas personas pagan un alto precio al renunciar a la fe, el amor desinteresado y la esperanza que son las contrapartes de todas las cosas malas de la vida y que no es posible descubrir y desarrollar sino a través del enfrentamiento y superación de situaciones difíciles. Pero claro, ser superficial y nunca ahondar en la profunda situación de nuestra existencia y sus implicaciones es más sencillo que reflexionar, aunque sea un poquito, en aquellas cuestiones fundamentales: ¿quien soy realmente?, ¿que hago aquí?, ¿A donde voy y porque quiero ir ahí?
Pero una vez que nos damos cuenta (si es que nos damos cuenta) de que la solución tampoco esta en desentendernos de los demás y creer que uno mismo es el centro del universo, sucede con no poca frecuencia que nos invade un sentimiento de apatía, una especie de vacío, de hueco, de desilusión por no poder encontrar ese «ser poderoso» que nos dé la felicidad y el amor que deseamos y entonces, nos limitamos a vivir sin poner la mirada más allá, sin luchar por conseguir nuestros sueños y desechando nuestra esperanzas más sublimes y profundas. Y cuando eso sucede, el futuro y nuestros planes parecen ser una incierta ráfaga de viento que corre sin que podamos apresarla en nuestras manos…
Y finalmente, después de pasar por tantos intentos fallidos de hallar la felicidad, terminamos asemejándonos a aquella montaña del cuento. Una inamovible mole de roca: duros, fríos, insensibles, estancados en el punto donde sea que nos hallamos quedado y aunque quizá nuestro corazón este tan endurecido que nos parezca que «estamos bien» sólo porque ya nada nos afecta o preocupa (claro, porque tampoco ya nada nos importa ni nos inspira¡¡), en realidad hemos llegado al extremo opuesto de donde pretendíamos llegar solamente por poner la mira en las cosas equivocadas y creer que el camino más fácil es por ello el mejor…
Por todo ello es que creo que es quizás el insignificante ratoncillo de la historia aquel que nos da la lección más grande de todas, ya que para ser felices (y para amar y ser amados) no se necesitan riquezas, poder, fama, ausencia de conflictos en nuestra vida o ser o estar con el hombre/mujer más apuestos del mundo sino que simplemente se trata de ser lo que uno es y no intentar vivir la vida de otros o que sea otro el que venga a sustituir algo que nos hace falta.
Quien logre hacer esto, es decir, descubrir y alimentar las capacidades inmanentes que posee, seguramente se encaminara al cumplimiento de sus anhelos más dulces.
Y es que en el fondo, hasta el “ratón más pequeño” puede ser más poderoso que una enorme montaña siempre que pretenda ser eso: un ratón pequeño, y no se pase la vida lamentándose y preguntándose porque no nació siendo sol o nube o viento o hombre, pues ser lo que es y tener lo que tiene le hace feliz y le da fuerzas, y le hace saber que aunque haya eventos muy dolorosos o criaturas más grandes o fuertes que él, ninguna de ellas tiene el poder de darle o quitarle su felicidad y su amor por el mismo y por otros ya que ese es un poder que le pertenece única y exclusivamente a él. Y también sabe que ni el sol ardiente, ni el cielo borrascoso, ni un violento huracán ni mil enormes montañas se lo podrán arrebatar jamás…